Recibí tu nota, fuiste tan cobarde como para deslizarla por debajo de la puerta, tu mensaje era claro:
"Viernes 16:00 horas, café de la esquina. No podemos seguir ignorándonos".
Le dí varias vueltas al asunto, como si no fuera suficiente todo el daño. Aún no era viernes, mi calendario pegado con cinta adhesiva en la pared vieja marcaba miércoles, al menos fuiste considerado, lo reconozco. Me diste el tiempo suficiente para pensar, sabes que me quemo las neuronas pensando, reflexionando, contando las posibilidades.
Ignoré tus palabras, te ignoré a ti y al papel arrugado.
Los días pasaron, tu nota seguía en el bote de basura hecho bolita, mi departamento era del tamaño justo como para que esa molestia se alcanzará a divisar desde diferentes ángulos. No importaba la hora llegaba del trabajo, cogía un cigarrillo y me ponía a dar vueltas por todo el espacio libre que los pocos muebles viejos me cedían, vaya rutina que me forje.
Me pasaba todos los días admirando como oscurecía, pensando que al igual que el sol, yo también quería esconderme. Preguntando si hoy iba a poder dormir o al contrario, si iba a seguir con mi pequeño hábito; fumar y olvidar, o al menos, intentarlo.
Y sin darme cuenta, volví a mirar el calendario y mi fecha límite me estaba mirando a la cara mientras el amanecer salía . Juraba que seguía siendo de noche y que con suerte tenía todavía unas cuantas horas para idear qué iba hacer. Caí de rodillas al suelo, justo a lado del borde de la cama, entonces consumida por las 48 horas sin dormir, las dos cajetillas de cigarrillos vacíos y la cafetera aún encendida, caí exhausta.
Me parece haber dormido horas aunque apenas fueron minutos, gloriosos minutos de descanso en el que ni tú, el calendario o el papel arrugado me acosaban.
Luego de despertar sobresaltada, haber resumido los últimos días en segundos en mi mente, me dirigí hacía el calendario sin saber lo que estaba haciendo y sin más, arranqué otro recordatorio de que me quedaba sin tiempo. Cuando me dirigí hacia la cocina agarré tu nota con rabia y fui directo a la cama, puse los objetos frente a mi y me senté, los examiné un rato.
¿Por qué tuve que vivir tan cerca de un café? me pregunté cuando recordé que yo sola me había puesto esa exigencia al comprar mi propio departamento, todas las mañanas tengo que tomar café y era mejor si alguien lo hacía por mi, además de que tenía una excusa para salir, tomar aire fresco y quizás hasta hacer ejercicio; Cosa que raramente sucedió, únicamente durante los primeros intentos por mantenerme sana, pero la verdad es que no soy una persona que se levanta temprano salvo por ir por su taza de café y leer las noticias, sin mencionar que amaba pasar mis mañanas ahí, tomar incontable tazas de café, sin molestarme siquiera en salir de mi silla, mirar a todos los transeúntes extraños que pasaban por ahí, tratando de crearles alguna historia o vida emocionante, por un momento se me olvidó toda la rabia que sentía.
¿Por qué entonces tuve qué hacer que a ti también te gustara aquel lugar? Pero entonces también tuve una respuesta, luego de habernos conocido, te mandaba a ti por el café; por qué ya ningún individuo con todas y sus diferentes historias posibles me complacían como la tuya.
¿No es irónico como entonces resultó entonces? yo te enseñé ese lugar y tú la conociste a ella en el.
Al momento de reflexionar eso, un momento de lucidez vino y entonces lo tenía claro.
Es que no podemos controlar esto, la vida, el destino, el amor, nada de eso en absoluto.
Pero tu si podías controlar el hecho de actuar erróneamente, equivocarte, lastimarme.
Así que sin más todo estaba claro para mí, me arreglé y me vestí, volteé a ver el reloj iba una media hora antes que tu hora planteada pero no me importó, salí con paso firme del apartamento como nunca antes lo había hecho.
Llegué al café, y me fui directo a mi mesa de siempre fue entonces cuando te ví, sentado con una calma que no haría a nadie sospechar; pero tus ojos, esos que conocía tan bien si me hicieron sospechar, por que yo sí los conocía. Disimulé un poco mi sorpresa ya que no esperaba que estuvieras antes que yo ahí y al verme tan decisiva no quería que pensarás que toda mi actitud era por ti.
- Me alegro mucho que hayas aceptado y estés aquí - sonabas como te recordaba aunque algo iluso.
- No estoy aquí por ti - dije cortante, a decir verdad no lograba recordar ese momento de epifanía que me había atraído hasta donde me encontraba.
- Lo sé, es lo que me duele - esta conversación iba más lenta y corta de la escena agitada que imaginé que tendríamos.
- No juegues el papel de lastimado, ¿Por qué estoy aquí? - no sabría decir cómo sonaron mis palabras, a pesar de que quería sonar fría dudo que es como me haya escuchado.
- Quiero que me escuches. Lo siento, en verdad y mucho. Tienes que creerme, desearía que lo hicieras, entiende, te amo y lo que hice fue un error, un estúpido error propio de un estúpido. - sí sé como se escuchó su voz, como la de un hombre desesperado, perdidamente enamorado.
- Sebastián, para. Eso ya no sirve, ya no para mi - ahora era mi voz la que sonaba desesperada.
- Es que sin tan sólo me escucharas, sabrías lo mucho que lo lamento y te amo, te amo mucho que no tienes ni idea, pero carajo, tienes que entenderlo yo... - lamentos, disculpas, puras boludeces que ya había escuchado antes, no estoy segura cuanto más siguió Sebastián pero yo ya no tenía fuerzas ni tiempo para eso.
Me levanté de la mesa, sabiendo que probablemente sería la última vez al menos por un tiempo, suspiré pero más bien, era un suspiro de exasperación, miré tu cara atónito y sólo me dio pena.
- Eso que te lo crea tu amiga de los muslos firmes - No estoy segura pero creo que se me escapó una risa al final, y tu cara era toda una gracia.
Salí del café, no quise dirigirme a mi departamento así que sólo deambule por las calles en busca de nuevas historias. Porque antes de enamorarme de ti, estaba enamorada de la vida.
Los días pasaron, tu nota seguía en el bote de basura hecho bolita, mi departamento era del tamaño justo como para que esa molestia se alcanzará a divisar desde diferentes ángulos. No importaba la hora llegaba del trabajo, cogía un cigarrillo y me ponía a dar vueltas por todo el espacio libre que los pocos muebles viejos me cedían, vaya rutina que me forje.
Me pasaba todos los días admirando como oscurecía, pensando que al igual que el sol, yo también quería esconderme. Preguntando si hoy iba a poder dormir o al contrario, si iba a seguir con mi pequeño hábito; fumar y olvidar, o al menos, intentarlo.
Y sin darme cuenta, volví a mirar el calendario y mi fecha límite me estaba mirando a la cara mientras el amanecer salía . Juraba que seguía siendo de noche y que con suerte tenía todavía unas cuantas horas para idear qué iba hacer. Caí de rodillas al suelo, justo a lado del borde de la cama, entonces consumida por las 48 horas sin dormir, las dos cajetillas de cigarrillos vacíos y la cafetera aún encendida, caí exhausta.
Me parece haber dormido horas aunque apenas fueron minutos, gloriosos minutos de descanso en el que ni tú, el calendario o el papel arrugado me acosaban.
Luego de despertar sobresaltada, haber resumido los últimos días en segundos en mi mente, me dirigí hacía el calendario sin saber lo que estaba haciendo y sin más, arranqué otro recordatorio de que me quedaba sin tiempo. Cuando me dirigí hacia la cocina agarré tu nota con rabia y fui directo a la cama, puse los objetos frente a mi y me senté, los examiné un rato.
¿Por qué tuve que vivir tan cerca de un café? me pregunté cuando recordé que yo sola me había puesto esa exigencia al comprar mi propio departamento, todas las mañanas tengo que tomar café y era mejor si alguien lo hacía por mi, además de que tenía una excusa para salir, tomar aire fresco y quizás hasta hacer ejercicio; Cosa que raramente sucedió, únicamente durante los primeros intentos por mantenerme sana, pero la verdad es que no soy una persona que se levanta temprano salvo por ir por su taza de café y leer las noticias, sin mencionar que amaba pasar mis mañanas ahí, tomar incontable tazas de café, sin molestarme siquiera en salir de mi silla, mirar a todos los transeúntes extraños que pasaban por ahí, tratando de crearles alguna historia o vida emocionante, por un momento se me olvidó toda la rabia que sentía.
¿Por qué entonces tuve qué hacer que a ti también te gustara aquel lugar? Pero entonces también tuve una respuesta, luego de habernos conocido, te mandaba a ti por el café; por qué ya ningún individuo con todas y sus diferentes historias posibles me complacían como la tuya.
¿No es irónico como entonces resultó entonces? yo te enseñé ese lugar y tú la conociste a ella en el.
Al momento de reflexionar eso, un momento de lucidez vino y entonces lo tenía claro.
Es que no podemos controlar esto, la vida, el destino, el amor, nada de eso en absoluto.
Pero tu si podías controlar el hecho de actuar erróneamente, equivocarte, lastimarme.
Así que sin más todo estaba claro para mí, me arreglé y me vestí, volteé a ver el reloj iba una media hora antes que tu hora planteada pero no me importó, salí con paso firme del apartamento como nunca antes lo había hecho.
Llegué al café, y me fui directo a mi mesa de siempre fue entonces cuando te ví, sentado con una calma que no haría a nadie sospechar; pero tus ojos, esos que conocía tan bien si me hicieron sospechar, por que yo sí los conocía. Disimulé un poco mi sorpresa ya que no esperaba que estuvieras antes que yo ahí y al verme tan decisiva no quería que pensarás que toda mi actitud era por ti.
- Me alegro mucho que hayas aceptado y estés aquí - sonabas como te recordaba aunque algo iluso.
- No estoy aquí por ti - dije cortante, a decir verdad no lograba recordar ese momento de epifanía que me había atraído hasta donde me encontraba.
- Lo sé, es lo que me duele - esta conversación iba más lenta y corta de la escena agitada que imaginé que tendríamos.
- No juegues el papel de lastimado, ¿Por qué estoy aquí? - no sabría decir cómo sonaron mis palabras, a pesar de que quería sonar fría dudo que es como me haya escuchado.
- Quiero que me escuches. Lo siento, en verdad y mucho. Tienes que creerme, desearía que lo hicieras, entiende, te amo y lo que hice fue un error, un estúpido error propio de un estúpido. - sí sé como se escuchó su voz, como la de un hombre desesperado, perdidamente enamorado.
- Sebastián, para. Eso ya no sirve, ya no para mi - ahora era mi voz la que sonaba desesperada.
- Es que sin tan sólo me escucharas, sabrías lo mucho que lo lamento y te amo, te amo mucho que no tienes ni idea, pero carajo, tienes que entenderlo yo... - lamentos, disculpas, puras boludeces que ya había escuchado antes, no estoy segura cuanto más siguió Sebastián pero yo ya no tenía fuerzas ni tiempo para eso.
Me levanté de la mesa, sabiendo que probablemente sería la última vez al menos por un tiempo, suspiré pero más bien, era un suspiro de exasperación, miré tu cara atónito y sólo me dio pena.
- Eso que te lo crea tu amiga de los muslos firmes - No estoy segura pero creo que se me escapó una risa al final, y tu cara era toda una gracia.
Salí del café, no quise dirigirme a mi departamento así que sólo deambule por las calles en busca de nuevas historias. Porque antes de enamorarme de ti, estaba enamorada de la vida.
cómo hago para seguir este blog tan bello :(
ResponderBorrarNo sé como reaccionar a esto, pero gracias. Esto me sube el ánimo, puedes seguirme dándole click en dónde dice:
Borrar"¿Quieres descubrir constelaciones y jugar a que somos astrónomos?"
Anda, ve a ser un astronauta.
Es genial, me encanta cómo escribis.
ResponderBorrar¡Muchas gracias!
BorrarEstos comentarios hacen que no cierre de una vez por todas el blog.